El camino estaba constituido por cientos de letreritos que imponían el acento checo a nuestras conversaciones; entre el traqueteo del camino podía leerse: POZOR… POZOR.
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Al fin, nos esperaba la ciudad, la multitud (horda de turistas, léase), los recuerdos, lo nuevo, los turistas, Kafka, Karl Brücke, la plaza, el reloj y los muñequitos, turistas, el Sabbat, la imposibilidad de entrar al cementerio judío, el café Kavka, las postales (Uno escribía, el Otro no tenía a quien), la oficina de correos, más gente, Wenceslao Platz –a la distancia–, las monedas, el regreso, la despedida; es decir, lo de siempre… Eso queda al final: el recuerdo.
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Al fin, nos esperaba la ciudad, la multitud (horda de turistas, léase), los recuerdos, lo nuevo, los turistas, Kafka, Karl Brücke, la plaza, el reloj y los muñequitos, turistas, el Sabbat, la imposibilidad de entrar al cementerio judío, el café Kavka, las postales (Uno escribía, el Otro no tenía a quien), la oficina de correos, más gente, Wenceslao Platz –a la distancia–, las monedas, el regreso, la despedida; es decir, lo de siempre… Eso queda al final: el recuerdo.
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