11/8/10

UN SOUVENIR TROUVÉ

Y el perfumillo volvió a presentarse intensamente como cuando estábamos juntos, ya sea en ese galeón de objetos sin objeto (muchos) del salón de Santiago, o como cuando fumábamos en el balcón del Centro y la mayoría estaba descalzado porque yo obligaba a que se quitaran los zapatos. O como cuando echábamos algunas cervecillas en el Casis (mítico bar frente a la Católica, pero nos botaban temprano… lo mismo pasaba en Platón, bar no tan mítico en BsAs). O como cuando nos sentábamos en la cocina de Juan Pablo para escuchar a Cerrati & Co. durante horas con una botella de whisky, o las reuniones en las pausas del jardín de la Católica donde todo comentario era un chiste, y donde todo chiste era un peldaño más que llevaba indefectiblemente al abucheo general (bueno siempre había uno que no) del payasito, entiéndase Juan Pablo. En fin, Santiago trajo la última brisa de ese perfume.

17/7/10


Uno pierde. Quien se ausenta no sabe los códigos nuevos; le sorprende las cosas que se sueltan en la charla que se asumen ya viejas. La explicación se entorpece por las repreguntas y las aclaraciones. Aquel que se ha quedado también carece de algo; pregunta. El interpelado se esmera por aclarar las situaciones en “un dos por tres”, pero falla porque no puede transmitir la vivencia tal como fue; así no vale. No puede hacer que se sientan ni el calor ni el brillo del sol que sofoca con humedad galopante; el frío no cala como en julio, ni el sabor de la carne y el aroma de la parrilla de barrio incita como al que estuvo allá; no sentirá el vértigo de la borrachera a las 7 am y la espera del bus; no se extasiará por el jale de perica o el arrollador golpe de la enésima copa. En fin, no recordará lo que el mismo relator no puede recordar. Solamente se apoya en la mesa con veinte centavos en la mano, sacude la cabeza, piensa o trata al menos, se rinde y se dice a sí mismo: “lla fue, vihte...”, ahora, ahora, estás en casa.

29/6/10

SPUREN


¿Qué se hicieron mis gritos
al morder el muro?
¿Qué mis luces perdidas?
—tatuajes de la noche verde
en la tiniebla que galopa—
Cohetes ebrios de mil años.
¿En dónde estoy que ya no estoy en mí mismo?
Tatuaje, Gonzalo Escudero

Durante el tiempo que duró el viejo, no me alejé. Jugaba con la posibilidad de volver y llevarlo conmigo, luego me preguntaba para qué; ni siquiera cuando estuve ahí dentro quiso salir. Sin embargo rondaba el lugar.
Al principio lo hacía muy cuidadosamente; con el tiempo me acercaba los fines de semana hasta que, un buen día años después, ubiqué al tipo que acudía constantemente al lugar pero sin horario fijo. Desde entonces lo vigilaba y me anclé al sitio, disfrazado de vendedor de caramelos y cigarrillos. Nadie me recordaba, nadie podía saber quién era, a nadie le importaba, lo pasado, pasado; solamente ese tipo, empecé a observarlo.
No sé concretamente por qué desapareció. Lo busqué por semanas, sus contactos no sabían tampoco dónde se había metido. Un día de aquellos, de desvelos y borracheras, de jaladas y resacas, di con un tipo que me siguió fuera de algún bar; lo esperé en una esquina y al doblar no se sorprendió al verme. Agitado, boquiabierto, le espeté un cúmulo de preguntas.
Ninguna respondió; me pidió que lo siguiera sin decir más. Fui con él. Amplio apartamento, decoración sobria, puso una botella de Daniels, hielo, un paquete de Next, saqué mis Marlboro. Hablamos por horas.
—Parkinson, alcohólico, acabado— dijo—.
—Nadie quería darle un contrato; ya no puede, está rendido... No pienso que esté tan enfermo para acercarse y eliminar, es bueno, era mi jefe de equipo—. Yo no lo conocía pero sabía sobre qué hablaba.

—Mira, le debo mucho a tu padre, sé que tienes problemas, debes dejar lo que haces, ven a verme la próxima semana—. Volví. Me enseñó lo que él había aprendido del viejo y más. Durante casi un año me entrenó; los domingos me dejaba deambular por calles, bares, prostíbulos y demás buscando al viejo; los lunes me esperaba a las “0–700”, como decía. Sea cual fuese mi estado mental o físico, hacíamos caminata y ejercicio hasta el vómito o las maldiciones; me miraba fijamente y me tragaba el uno o las otras.

Al final me dijo:
—Ya estás listo, te falta el trabajo práctico y más experiencia de campo; yo te he pulido nada más, lo tienes en la sangre boy—.
—Y qué hago, no puedo andar por ahí tirando—.
—Un momento, escucha primero. Sé dónde está tu padre—. Me lancé como un tigre; cuando sentí el calor de su cuerpo ya en mis manos, desapareció y antes de dar con la boca sobre el suelo, sentí dos golpes en la espalda.
Cuando me controlé, me presentó mi plan de trabajo; dijo que necesitaba mucho tiempo, observa, escucha, paciencia.
—No te preocupes, estaré cerca y recibirás ayuda. Solamente una cosa: debes estar dispuesto a todo y no hablar, que piensen que eres un idiota—.

Así fue. Tomó más tiempo de lo que pensé aquella vez; me jodieron dentro pero lo logré; solo que el viejo se negó. Llegué angustiado al lugar fijado unos días después de que escapase del lugar. No preguntó por su jefe, me pidió un informe de lo que hice allí adentro. Se limitó a escuchar y me dijo que descansara.
—Mañana hablamos, hay errores— dijo—. Aléjate, que no te vean por allá.
—Cualquier policía con dos dedos de frente se dará cuenta que fue por venganza; hmm... ¿y si te conectan con él? ¿Qué crees que le pase? Lo joden, ya está—.
—Lee y aprende. Lo bueno fue la precisión de tu trabajo, nadie escuchó o vio nada—.
—Mañana, “0–700”, aquí—.

Sabíamos quién era, él tenía amigos en la policía «viejos favores por cobrar», nadie lo quería; —un recién graduado— dijo—. Pero algo se traía; yo lo vigilaba desde el exterior; sabíamos que el viejo era experto, no aflojaría. Además, no tenía problemas, es posible que algún cliente temiera que largara algo pero no.
—Eso ni pensarlo, es un profesional... Solamente se largó, nadie ha pedido informes, sabes a qué me refiero. Salió con saldo cero. Nada debe, nadie le debe, no se vendió, no se esconde... cree que está acabado, problemas personales—.
—De todos modos habrá que vigilar a C (por P. Casiraghi); quién sabe si lo ha enviado alguien, cuidado—.
Era tan solitario, daba pena. Yo lo vigilaba periódicamente; gozaba al verlo desperdiciar su tiempo libre; la aventura con la enfermera fue hilarante. Estaba poseído por dilucidar el caso, nosotros también conversábamos acerca de su caso. Un día, Setecientas —yo le llamaba así algunas veces, me miraba y guiñaba un ojo— me dijo que iría a visitar a alguien. Esas visitas se multiplicaron los sábados por la tarde; meses después me dijo que el viejo le había rogado que me llevara lejos.
Lo miré, —Si él así lo quiere... pero cómo pudiste verlo?—
—No. Visito a una anciana allí donde estuviste; le dejo bombones... ella dice que se los roban; solamente hay papelitos en su cuarto—.
—Comprendo. Entonces sólo sabes porque lees algún mensaje—.
—No hay nada escrito; son códigos de colores, los usamos alguna vez en Italia, ya sabes, no se debe confiar en nadie— .
—Está bien. ¿Cuándo nos vamos?

Viajamos a Europa, había muchos contratos. Cuando llegábamos a nuestro destino, él negociaba, coordinaba, planeaba; yo era el ejecutor, todo perfecto. Si entrábamos como hombres de negocios, salíamos del lugar de igual manera y entrabamos por las fronteras; de a pie, sin aspavientos, ilegales, no había huellas ni pistas; la paga iba a cuentas en Luxemburgo, el Caribe, una que otra a Suiza.

—Nosotros somos como una compañía anónima, nada de meternos con los de la Agencia o con los rojos, o cualquier otro, nunca... Ellos lo toman, cómo decirlo, muy afectivamente...—

Estábamos en el hotel, teníamos el plan bastante avanzado; de un momento a otro, salió, luego llamó, me esperaba en un bar. Bebimos una botella de Daniels, yo había metido unos Martinis y tres cervezas entre vaso y vaso. Estábamos ebrios. Cuando salimos me preguntó si tenía alguna seña particular, le dije que no. Caminamos algunas calles, se plantó como un árbol, movido por un fuerte viento, y entre que sentenció y preguntó:
—¿Y cuando te revienten la cara de un balazo, cómo demonios podré reconocerte?—
—No sé —lo dijo tan natural, yo también—.
—¿Placas dentales, DNA?—
—Eso se ve solo en la TV... Hazte un tatuaje—.
—¿Cuál?—
—Algo que te agrade. Vamos, conozco un lugar limpio—.

Cuando nos metimos en Turquía fue un error. Tuve que eliminar a dos guardaespaldas de mi objetivo, así lo pensé. Eran tipos de otro nivel. Hicimos viaje en autobús hasta Alemania, tratamos de mezclarnos con turistas, necesitábamos un vuelo a Estados Unidos. De Munich fuimos a Berlín en un coche alquilado. Faltaba un día, visitamos los lugares. En la noche salió a buscar algo o ver a alguien. No llegó.

Perdimos el vuelo, llamé a la aerolínea y nos colocaron en un vuelo vía Londres y pagué un penalty de cien dólares por cada uno. Cuando salía del hotel para retirar los nuevos boletos, miré un periódico en el quisco, lo compré. No entendía nada pero distinguí en la foto mal hecha un tatuaje sobre la espalda de un tipo muerto la noche anterior.

No tuve que ir a ningún hospital, no fui a la morgue, no recibí ni hice llamadas. Llevé el periódico conmigo y luego del champagne y los canapés de estilo en la primera clase, pedí a un viejo charlatán que me tradujera algo de la noticia en un inglés con fuerte acento alemán:

—Sí sí aquí dice hombre muerto en el Muro de Berlín-Este. Muchos... ehh... Schusse? Sí con pistola, posible espía desnudo no?—
—Claro sí... no testigos no comments de los comunistas Scheissdreck... So sind diese Hunde...—

Empezó con el alemán, no puse atención hasta que se quedó dormido después de dos whiskys. Fui al baño, recorté la noticia. La observé hasta que nos repartieron las papeletas para la entrada a New York. Luego la puse en la fundita para vomitar, vomité, fui la baño, me lavé.

En China Town me tatué el mismo diseño en la espalda.


Quito, mayo 2008

15/6/10

DOS OJOS - XXVI-


Esos, aquellos ojos miran desde la lejanía, la misma que proponía Walter Benjamin en sus textos que cargaba, más que una cruz, como bote de salvación, cámara neumática que no sirvió de nada para llevarlo flotando hasta un refugio seguro en España. En realidad, se suicidó después que le negaron la entrada a tierras franquistas; murió sólo, muy sólo en Portbou (localidad en los Pirineos). Como buen escritor, dejó unas letras, su impronta, toda ella, posiblemente, sea su vida en esencia:

“En una situación sin salida, no tengo otra elección que la de terminar. Es en un pequeño pueblo situado en los Pirineos, en el que nadie me conoce, donde mi vida va a acabarse. Le ruego que transmita mis pensamientos a mi amigo Adorno y que le explique la situación a la cual me he visto abocado. No dispongo de bastante tiempo para escribir todas las cartas que hubiera deseado escribir.”

EL Punctum, del que hablaba Barthes en uno de sus libros, parece fijar en la vista del observador la fragilidad del instante perpetuado de la situación que uno puede deducir fácilmente. ¿Son acaso esos ojos los que atraen la mirada, o los artificiales, los recién hechos por donde ya no se puede aprehender la vida, sino por donde se ha escapado ella, lo que llama más la atención? Yo diría que no. Me explico. Lo que me llama la atención deliberadamente es esa mancha tenue en la frente del personaje central, que pareciera desarticular la idea, la sensación de la vacuidad del cuerpo expuesto. Esa mancha que será limpiada, que desaparecerá, que se evanecerá al endurecerse, tal vez, al contacto de la mortaja. Todo lo vívido, todo lo circunstancial, todo lo espontáneo de una vida será limitada, una vez más como la placenta que lo cubrió para mantenerlo con vida antes de enfrentarse al medio hostil.

Esa sangre interior, la vitalidad en definitiva, ahora está fuera, humedece restos mudos. Con esa sangre se hubiese podido –desde su ebullición interior y pulsando los mecanismos correctos– llenar hojas de hojas acerca de cualquier cuestión, ya sea vana o importante, ya sea cotidiana o extraordinaria, ya sea vulgar o sensible, ya sea oficial o íntima. Quién sabe; tal vez ni siquiera sabía escribir. Finalmente, esas huellas que dejó, ya no serán esas; serán otras por las que será recordado; esas cicatrices (y lo dije en su tiempo: “Se volverá al tema de vez en cuando. Las Cicatrices están para recordármelo.”) están ahí, ésas me recuerdan que tampoco yo he borroneado nada con esa sangre, mi sangre, mi vitalidad sobre ningún papel, sobre ningún corazón, sobre nadie en particular, para que de esa manera, me recuerde; no por lo escrito seré yo, solamente las cicatrices dejarán divisar, en esa lejanía, el que fui alguna vez.

En La Innombrable, a veinte y ocho días del mes de junio del año dos mil diez.

15/5/10

THE TRIAL


Alexander Alexeieff / 1927. En L’Abbé de l’Abbaye

Note from the writer: Even it not combine, the link to “As time goes by”:
http://www.dailymotion.com/video/x8rm78_frank-sinatra-casablanca-as-time-go_music

At the beginning was a man standing somewhere. Meet another human being, this man. This “Another” brought him shinny days, warm nights. Someday, “A” went without a trace. Things happened, time went by. And also some shinny day started a kind of judgment. “What for?” thought the man; there’s no sense putting me on the trial. So, he started to tell himself a story; this one: “Before the law, there stands a guard. A man comes from the country, begging admittance to the law. But the guard cannot admit him. May he hope to enter at a later time? That is possible, said the guard. The man tries to peer through the entrance. He'd been taught that the law was to be accessible to every man. "Do not attempt to enter without my permission", says the guard. I am very powerful. Yet I am the least of all the guards. From hall to hall, door after door, each guard is more powerful than the last. By the guard's permission, the man sits by the side of the door, and there he waits. For years, he waits. Everything he has, he gives away in the hope of bribing the guard, who never fails to say to him "I take what you give me only so that you will not feel that you left something undone." Keeping his watch during the long years, the man has come to know even the fleas on the guard's fur collar. Growing childish in old age, he begs the fleas to persuade the guard to change his mind and allow him to enter. His sight has dimmed, but in the darkness he perceives a radiance streaming immortally from the door of the law. And now, before he dies, all he's experienced condenses into one question, a question he's never asked. He beckons the guard. Says the guard, "You are insatiable! What is it now?" Says the man, "Every man strives to attain the law. How is it then that in all these years, no one else has ever come here, seeking admittance?" His hearing has failed, so the guard yells into his ear. "Nobody else but you could ever have obtained admittance. No one else could enter this door! This door was intended only for you! And now, I'm going to close it”.

1/5/10

TELEPHONE LINE

Electric Light Orchestra/Greatest Hits
http://www.youtube.com/watch?v=EZB-DUCrhVQ&feature=related

Hello. How are you?
Have you been alright, through all those lonely lonely lonely lonely lonely nights;
that’s what I'd say. I'd tell you everything,
if you'd pick up that telephone, yeah yeah yeah

Hey. How you feelin?
Are you still the same?
Don't you realize the things we did, we did, were all for real, not a dream;
I just can't believe,
they've all faded out of view yeah yeah yeah yeah yeah

Doowop dooby doo doowop doowah doolang...
Blue days, black nights doowah doolang

I look into the sky, the love you need ain't gonna see you through
And I wonder why the little things you planned ain't coming true

Oh oh Telephone Line, give me some time, I'm living in twilight
Oh oh Telephone Line, give me some time, I'm living in twilight

Ok. So no one's answering;
Well can't you just let it ring a little longer longer longer oh oh ooohhhhh
I'll just sit tight through shadows of the night
And let it ring for evermore oh oh ooohhhhh yeah yeah yeah

Doowop dooby doo doowop doowah doolang...
Blue days black nights doowah doolang

When I look into the sky, the love you need ain't gonna see you through
And I wonder why the little things you planned ain't coming true

Oh oh Telephone Line, give me some time, I'm living in twilight
Oh oh Telephone Line, give me some time, I'm living in twilight
Oh oh Telephone Line, give me some time, I'm living in twilight
Oh oh Telephone Line, give me some time, I'm living in twilight

9/4/10

YO SÉ -INFORME XXV-



Yo sé que sé algo, un poco, mucho o casi nada de ustedes. ¡Qué más da!

Si tomamos esta propuesta, se debería proseguir sin más ni más. Sin embargo, hay algo que me impulsa a meditar un poquillo sobre esto. Y a lo que quería referir, en verdad, es a una ligera y corta conversación entre una estudiante que mantuvimos una de esas tardes en que no pasa nada; nada de nada.

Me había preguntado acerca de qué personas (mujeres en realidad) me atraen; yo opuse mi consabida respuesta (¿?) a esa especie de inicio de interrogatorio que se veía venir, como las tardes con cielos pardos y brisas que electrizan; es decir, que la atmósfera se carga, de alguna manera.

Luego de hablar de esto y aquello, ella se fue a una clase que casi había abandonado; no sé si por desinterés o por otro motivo. De todos modos, pensé algo; después en el autobús, resonaban las ideas; preguntas y respuestas. Nada venía a mi mente. Al llegar a casa, volví a pensar en aquella pregunta: “¿Y qué mujeres le atraen, profe?”. Sin pecar de pendejo, recordé una musiquita que me había proporcionado Juan Pablo en aquellos Buenos Aires; que más que suavizar cierta melancolía, punzaba directamente en ciertas historias pasadas que debía conocer el “Amiguito”.

Lo reconozco, había escuchado su nombre pero no lograba definirlo más allá de su enfermiza canción que relacionaba a un alcohólico (quién más que él por supuesto) con la Cibeles de Madri, ¡joder! Y me llegó de pronto esa canción que, ahora, envío a ustedes para ver si también les provoca lo que a mí.

Y decía, al inicio de este “Info Acad”, yo sé, sí algo, pero qué. Sé algunas cosas, pertinentes y prohibidas; de esto y de aquello. Sin embargo, no sé qué piensan ustedes de eso a lo que etiquetamos como “amor”. Debería proponerles solamente que escuchen el link (o a su vez la canción, si la tienen) para ver qué sucede en ese espacio de reflexión que son los momentos a la deriva mientras vamos en autobús, esperamos en la fila de algún lugar, vemos los comerciales en el entretiempo de un juego de fútbol, aguardamos la cuenta en un bar; o simplemente, nos enfrentamos a la página (pantalla mejor) con luz tan blanca del ordenador para escribir, algo, algo que sabemos, algo que no sabemos, algo que no podemos decir, algo que no debemos decirlo.

“…Yo no quiero domingos por la tarde.
Yo no quiero columpio en el jardín.
Lo que yo quiero corazón cobarde,
es que mueras por mí.

Y morirme contigo si te matas,
y matarme contigo si te mueres,
porque el amor cuando no muere mata,
porque amores que matan, nunca mueren.”

15/2/10

"Wie eine Sternschnuppe, ein Trugbild, eine Flamme, eines Magiers Zauberkunststück, einen Tautropfen, eine Luftblase, wie einen Traum, einen Blitz oder eine Wolke, so sollten wir alle Dinge betrachten".
“Existen 4 cosas que no vuelven jamás: una bala disparada, una palabra dicha, un tiempo pasado y un momento desaprovechado".

EL GRAN PESIMISTA

Alles Streben entspringt dem Verlangen oder der Mangel, der Unzufriedenheit mit dem eigenen Zustand, und ist deshalb Leid, solange es nicht zufriedengestellt wird. Keine Befriedigung ist jedoch von Dauer. Im Gegenteil, stets ist sie nur der Ausgangspunkt neuen Strebens. Wir sehen, wie das Streben überall auf vielerlei Weise behindert wird. Anstrengung und Kampf allenthalben, und betrachten es daher immer als Leid.
Schopenhauer, Arthur. Die Welt als Wille und Vorstellung. Frankfurt: Fischer Taschenbuch, 1990, p. 127.