También ha habido momentos alegres e interesantes, no lo niego. La Innombrable aprieta pero no ahoga; lugares que yo no había conocido y por donde he caminado, conociendo y reconociendo; el calor de los que recuerdo y el hacerme sentir como si no hubiese pasado más que un finde entre la última vez que nos vimos. Pero uno pierde; el que se ausenta no sabe los códigos nuevos, le sorprende las cosas que se sueltan en la charla y que se asumen ya viejas, y la explicación se entorpece por las repreguntas y las aclaraciones. Aquel que se ha quedado también carece de algo; pregunta y el interpelado se esmera por aclarar las situaciones en “un dos por tres”, pero falla porque no puede transmitir la vivencia tal como fue, así no vale. No puede hacer que se sienta el calor ni el brillo del sol que sofoca con humedad galopante, ni el frío no calará como en julio, ni el sabor de la carne y el aroma de la parrilla de barrio no incita como al que estuvo allá, no sentirá el vértigo de la borrachera a las 7 am y la espera del bus, no se extasiará por el jale de perica o el arrollador golpe de la enésima copa; en fin, no recordará lo que el mismo relator no puede recordar; solamente se apoya en la mesa con veinte centavos en la mano, sacude la cabeza, piensa o trata al menos, se rinde y se dice a sí mismo: “lla fue, vihte...”, ahora, ahora, estás en casa.
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