Quand Saint Paul dit: «je meurs
chaque jour», ce n’est pas une
image pathétique. Nous ne cessons
de naître et de mourir. C’est pourquoi
le problème du temps nous touche plus
que les autres problèmes métaphysiques
car les autres problèmes sont abstraits. Le
problème du temps est notre problème.
Jorge Luis Borges
chaque jour», ce n’est pas une
image pathétique. Nous ne cessons
de naître et de mourir. C’est pourquoi
le problème du temps nous touche plus
que les autres problèmes métaphysiques
car les autres problèmes sont abstraits. Le
problème du temps est notre problème.
Jorge Luis Borges
Cuando nos íbamos, el viejo nos llamó la atención, regresamos y de buenas a primeras empezó a contarnos: “Gruyères fue fundado en el 1200 por la familia del mismo nombre, nobles y ricos. Poco después comenzó la construcción de la casa condal que tomó casi un siglo. Siete años antes de aliarse con Berna y Friburgo, sucedió lo más extraño. En el año de 1548, el Conde y su familia decidieron cerrar las vías y caminos aledaños que conducían a Gruyères; la propia gente de allí inició el reforzamiento de la muralla y bajo estrictas órdenes, ya nadie pudo entrar al pueblo, ni tampoco salir”.
Dicen que al final quedaron el Conde, el enterrador y su ayudante, pero nadie puede estar seguro. El ayudante era joven y quiso escapar; el Conde lo atravesó con su espada, el sepulturero cavó la antepenúltima tumba. Era cuestión de tiempo nada más. Al día siguiente, el Conde buscó al otro habitante y le dijo que debía cavar una tumba más. El sepulturero se aterrorizó, pensó que correría la misma suerte del ayudante y trató de huir; no pudo. Bajo la espada del Conde, el otro cavó la tumba; entonces le dijo el Conde: “Esta es para mí, en esa esquina has lo mismo para tu cuerpo; no lo olvides, te estoy vigilando” Cavó. Sudaba, temblaba, sabía que lo mataría. En realidad, la condena había sido dictada hace mucho, solamente era cuestión de tiempo. Cuando completó el trabajo, no miró al Conde por ningún lado, pero lo escuchó. Se había echado en la fosa y cuando vio al sepulturero sobre él, le dijo que echara la tierra. El pobre rogó, imploró, maldijo, todo en vano. Sepultó vivo a su Señor en el año de 1553.
Esta última visita a Gruyères sí pude entrar. Deambulé por las callecitas flanqueadas por coquetas y antiguas casas, visité algunos negocios, me di una vuelta por el cementerio histórico y finalmente me dirigí al castillo. Pasé el arco y entré a la antigua y restaurada construcción donde existe un museo con una muestra bastante interesante de pinturas. Al salir, me quedé estupefacto: miré junto al arco de la entrada, por suerte clausurado, el Museo de Gigger; “próxima reapertura” decía el cartelito que colgaba de los andamios. Sin embargo, al frente había un café temático adornado hasta el último detalle con objetos à la Gigger. No parecía tan repugnante como el monstruo, entré y compré una postal que la envié a mi ex copiloto, aquel de Berlín. Al salir me dio un vuelco el corazón: el maldito monstruo reptaba por la pared del museo que estaban restaurando o pintando, un segundo fue suficiente y supe que otra vez sucedería algo “tan extraño como lo que pasó casi quinientos años antes”.
Dicen que al final quedaron el Conde, el enterrador y su ayudante, pero nadie puede estar seguro. El ayudante era joven y quiso escapar; el Conde lo atravesó con su espada, el sepulturero cavó la antepenúltima tumba. Era cuestión de tiempo nada más. Al día siguiente, el Conde buscó al otro habitante y le dijo que debía cavar una tumba más. El sepulturero se aterrorizó, pensó que correría la misma suerte del ayudante y trató de huir; no pudo. Bajo la espada del Conde, el otro cavó la tumba; entonces le dijo el Conde: “Esta es para mí, en esa esquina has lo mismo para tu cuerpo; no lo olvides, te estoy vigilando” Cavó. Sudaba, temblaba, sabía que lo mataría. En realidad, la condena había sido dictada hace mucho, solamente era cuestión de tiempo. Cuando completó el trabajo, no miró al Conde por ningún lado, pero lo escuchó. Se había echado en la fosa y cuando vio al sepulturero sobre él, le dijo que echara la tierra. El pobre rogó, imploró, maldijo, todo en vano. Sepultó vivo a su Señor en el año de 1553.
Esta última visita a Gruyères sí pude entrar. Deambulé por las callecitas flanqueadas por coquetas y antiguas casas, visité algunos negocios, me di una vuelta por el cementerio histórico y finalmente me dirigí al castillo. Pasé el arco y entré a la antigua y restaurada construcción donde existe un museo con una muestra bastante interesante de pinturas. Al salir, me quedé estupefacto: miré junto al arco de la entrada, por suerte clausurado, el Museo de Gigger; “próxima reapertura” decía el cartelito que colgaba de los andamios. Sin embargo, al frente había un café temático adornado hasta el último detalle con objetos à la Gigger. No parecía tan repugnante como el monstruo, entré y compré una postal que la envié a mi ex copiloto, aquel de Berlín. Al salir me dio un vuelco el corazón: el maldito monstruo reptaba por la pared del museo que estaban restaurando o pintando, un segundo fue suficiente y supe que otra vez sucedería algo “tan extraño como lo que pasó casi quinientos años antes”.
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