16/9/08

DE LUXEMBURGO A COPENHAGUE




Me levantaba temprano y acomodaba las cosas tiradas —juguetes especialmente— y limpiaba y me desayunaba para ir a la universidad a mis clases de Danés. Luego caminaba por la ciudad y más tarde daba mis lecciones de Español. Finalmente iba al barcito —se llamaba Sommer Sko— aunque tuviera o no que trabajar. Había hecho buenas migas con los otros baristas y siempre estuvo mi vaso lleno de lo que fuese, siempre, siempre durante ese año de transición que fue aquel de la Escandinavia. El caos me mataba los fines de semana ya que yo no paraba de arreglar los juguetes y libros de colorear regados por el living, mientras que en otra zona había empezado la anarquía del pequeño monstruo. Terminaba rindiéndome —o fracasado e inútil, da igual— y jugábamos a lo que fuese, nos reíamos, le hablaba en inglés o español, me contestaba en danés. Con él aprendí más que en los cursitos de la universidad.

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